La heredera rebelde I by Barbara Cartland

La heredera rebelde I by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 1949-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 8

Ravella se asustó ante el tropel de emociones nuevas que experimentó al escuchar la conversación detrás de los arbustos en Ranelagh. Lo peor de todo fue que no comprendió qué le ocurría, pues de pronto sintió un repentino dolor, como si algo pesado y devastador hubiera caído sobre su alma.

De una cosa estaba segura: deseaba huir, estar a solas para meditar en lo que escuchó. Permaneció quieta y pálida en el camino de regreso a Londres en el carruaje y sólo después de que Lizzie la ayudó a desvestirse y Lady Harriette entró varias veces a su cuarto para preguntarle si necesitaba algo, sintió el alivio de quedarse a solas con sus pensamientos.

Aún no lograba comprender qué le pasaba. Ocultó el rostro entre las suaves almohadas de la cama y se quedó temblando como un animal herido, tratando de esconder sus sentimientos, aun de sí misma.

No podía apartar de su mente a la señorita Deleta. ¿Cómo sería ella? ¿Qué cualidades poseería para lograr cautivar al duque? ¿Sería sólo la belleza de su rostro y de su cuerpo, o era dueña de cierta fascinación o encanto imposibles de imitar?

La palidez de Ravella y las ojeras que le surcaban los ojos alarmaron a Harriette.

—Sólo estoy cansada. Si duermo bien me sentiré diferente.

Cuando Lady Harriette dispuso que no sólo necesitaba una noche de sueño sino descansar todo el día en casa, Ravella estuvo de acuerdo, pero pronto se percató de que ni su cuerpo ni su mente encontraban reposo.

Lady Harriette se instaló en el tocador con su bordado, pero Ravella, después de moverse inquieta por todo el salón, indicó que le gustaría elegir un libro en la biblioteca.

—¿Por qué no lees en voz alta, querida? —sugirió Lady Harriette—. Yo lo disfrutaría enormemente y, además, nada tranquiliza tanto cuando una está inquieta.

—Me pregunto si en la biblioteca de Tuti podré encontrar algún libro de tema romántico; tengo el presentimiento de que la mayoría de sus libros son demasiado serios y elegidos más por la elegancia de su cubierta que por su contenido.

—¡Qué terribles ideas tienes sobre el gusto de mi hermano! —dijo Lady Harriette riendo—, pero debo asegurarte que estás equivocada. Desde niño, Sebastián leía con avidez y su conocimiento de los clásicos era profundo y sus gustos oscilaban, según recuerdo, desde las historias de aventuras hasta Horacio. Creo que entre los libros eruditos encontrarás también otros interesantes.

—Iré a ver.

Ravella salió de la habitación, pero al llegar a la biblioteca se encontró mirando las cosas personales del duque en lugar de ver su colección de libros. Su sello de oro engarzado con joyas se encontraba sobre el escritorio y Ravella lo levantó, preguntándose cuántas cartas, dirigidas a hermosas mujeres, habría estampado con él. Dejó el sello y se acercó a la silla de terciopelo que se hallaba junto a la chimenea, donde sabía que se sentaba habitualmente el duque. De pronto, tomando una súbita decisión, salió de la biblioteca y se dirigió al apartamento de Hugh Carlyon.

El capitán estaba escribiendo cuando entró y, sonriendo, se puso de pie para darle la bienvenida.



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